Eduardo Guillén, zaragozano de 67 años, ha dedicado toda su vida profesional a su vocación: la educación. Maestro en distintas escuelas, cerró su carrera en el Aula Hospitalaria del Infantil, donde durante cinco años acompañó a niños y familias, que aún hoy le recuerdan con mucho cariño. Ahora, ya jubilado, sigue regalando tiempo y sonrisas: cada lunes y viernes por la mañana está en la sala de juegos de Oncopediatría, animando a los niños y adolescentes que acuden al Hospital de Día.

Eduardo, a ti te conocen muchas familias por tu época en el Aula Hospitalaria, y ahora también por ser voluntario de Aspanoa. Pero antes desarrollaste una larga carrera profesional.
Sí, lo mío ha sido muy vocacional. Empecé en San Sebastián, pero también pasé por Badalona, el Pirineo, un pueblo de Huesca, el barrio de La Romareda de Zaragoza y terminé mi profesión aquí en el Hospital, donde estuve cinco años, de 2013 a 2018. He disfrutado muchísimo con mi trabajo, pero es verdad que hay dos épocas especiales. La primera, mi etapa en el Pirineo, en el pueblo de Jasa (valle de Hecho). Allí fui maestro de un aula unitaria, donde tenía niños de Infantil y Primaria a la vez. Vivía en el pueblo y, claro, allí pierdes tu personalidad y pasas a ser conocido simplemente como “el maestro”. Fue una época muy bonita. Y la segunda, por supuesto, fue el Aula Hospitalaria. Fueron unos años que me marcaron mucho.
¿Por qué decidiste venir al Aula Hospitalaria?
Hace bastantes años, por circunstancias personales, creé, junto con otras tres familias, una asociación para personas con Asperger, de la que fui presidente. Fueron años de mucho trabajo y de ahí te queda una especie de condicionamiento personal, de compromiso con la gente que necesita apoyo y ayuda. El Aula Hospitalaria me llamaba mucho la atención precisamente por ese aspecto más humano que la asociación me había despertado.
Sin duda, es un lugar muy especial.
Es una manera de trabajar muy diferente, muchísimo más emocional y afectiva. Más que el trabajo escolar, lo que prima es dar a los niños un ratito de bienestar. Para muchos, venir al Aula es normalizar su vida. La escuela es su mundo, su ambiente natural, donde deberían estar.
Y entonces, en 2018, tras esta larga trayectoria, te jubilas.
Sí. Y lo primero que hice nada más jubilarme fue hacerme voluntario de Aspanoa, donde llevo ya siete años. Fui a la sede junto con otra voluntaria, Eva, y durante tres años hicimos un taller para los más pequeños del Club de Tiempo Libre que se llamaba “Colorado Colorín”. Lo hicimos incluso en pandemia, en formato online. Después, por distintas circunstancias, ese proyecto terminó, me quedé un año un poquito más parado, y luego surgió esta nueva acción en el Hospital.
Cuéntanos qué haces actualmente. Estás aquí, en la sala de juegos de Oncopediatría, los lunes y los viernes por la mañana, junto con otras voluntarias, ¿verdad?
Sí, llevo dos años. Empezamos un poquito arreglando el aula, removiendo materiales, comprando otros… Y ahora lo que hacemos realmente es jugar con los niños, dinamizarlos un poco mientras están aquí. Son niños que están en pleno tratamiento. Vienen al Hospital de Día y están pendientes de que les pinchen, de que les hagan cosas… Y cuando entran aquí en la sala de juegos tratamos de sacarles una sonrisa, que desconecten un ratito de sus problemas, que se olviden de que les van a llamar…
¿Qué significa para ti el voluntariado?
Muchas cosas. En la sociedad de locos en la que vivimos, dar tiempo es un lujo. Yo ahora tengo mucho tiempo, tengo inquietudes humanistas, de ayudar a las personas, y qué mejor sitio que este para entregar ese tiempo que me sobra. Estos niños te enseñan a vivir, te hacen crecer como persona, aprendes con ellos a enfrentarte a las dificultades de la vida.
Y lo que tiene que ser muy gratificante también es verlos crecer.
Totalmente. Cuando viene un niño o una niña mayor, y te llama por tu nombre, es precioso. A mí los nombres se me olvidan, porque ellos son muchos. Pero claro, yo soy solo uno, ya fuera maestro o voluntario ahora, y ves que se les ilumina la mirada y que te dicen: “Hola, Eduardo”. Eso te lo llevas a casa y se te queda muy dentro. Hay gente que te dice: “Yo no podría estar allí”. Yo les digo que una vez estás con ellos, ya no puedes irte.
¿Qué opinas de labor de Aspanoa, desde tu doble perspectiva como profesional y voluntario?
Es una asociación que admiro, por la capacidad que tiene de movilizarse y de movilizar también fuera. Y después es una entidad con una enorme calidad humana. Eso lo dicen todas las familias porque se siente muy acogidas. Los profesionales que estáis dentro sois personas muy entregadas, que hacéis vuestro trabajo profesionalmente, pero después tenéis un matiz de humanidad que lo tienes o no lo tienes. Y eso es muy admirable.
Por último, Eduardo, ¿recomendarías hacer voluntariado?
Por supuesto que recomiendo a todo el mundo que haga voluntariado. Es una experiencia muy enriquecedora, donde aprendes a enfrentarte a los problemas de la vida y te llevas una sensación maravillosa de haber podido ayudar y acompañar a otras personas.



